“Ella es el ornamento de su sexo.”
Charles Dickens
Tengo un tema y es que no puedo vivir
sin sexo, es decir, soy un ser humano, uno, dos días me lo banco pero no más y
eso me desespera, mi mente se vuelve paranoica y mi ansiedad avasalla a mi humor y a mi paciencia y hoy fue uno de esos días, el día tres.
Llegada de un día largo de mucho
trabajo (para no pensar), una vez más, me encontraba sola en mi habitación, bebiendo
un resto de malbec con la mirada perdida. Sólo podía pensar en él, en sus
manos, sus ojos, y su fuerza que me transporta a los confines más oscuros y
perversos de mí ser. Solo pensarlo hizo que mi cuerpo se estremeciera y ardiera
en deseo, aunque por momentos trataba de controlar mi mente, pero era inútil, era
el día tres. Comencé a bajar la mano y a jugar con mi cuerpo. En mi mente sólo
aparecía él y sus manos abrazándome con desesperación, con hambre pero con ternura.
Mi sexo estaba húmedo e hinchado a tal grado que el simple roce con mis dedos
me estremecía y al moverme con intensidad en mi mente lo sentía tan dentro en
cuerpo y alma. No me controlo nada.
Sentí cada caricia y beso suyo como si
estuviese junto a mí. Quedé atrapada durante horas en esa historia que yo creé.
No sé en qué momento me pasó, pero ya no había marcha atrás, cada caricia era
suya y mía a la vez, cada estremecimiento me hacía sentir expuesta y ansiosa. No
pude y no quise controlarme, mi cuerpo ardía a tal magnitud que sentía venir
otra vez esa explosión. Me derrumbaba de placer. Grité.
Comencé a esbozar una sonrisa mientras volvía en sí, eso había sido magia. Me quedo mirando el techo, incrédula de lo que había pasado, totalmente cómplice de mí misma, de mi juego, de mi delirio, mi frenesí, mi éxtasis.
t e e x t r a ñ o-.
…