Proverbio árabe
Sé que muchas veces bromeo con la idea de los viajes en el tiempo y toda la ciencia ficción que ha dejado Arthur Clarke ardiendo en mis retinas lectoras.
Guardo en una caja que no es tan grande, el
resumen de mi vida, desde fotos, mi diario íntimo de la juventud, boletos de
cines y conciertos, cartas de enamorados de la primaria y secundaria, la
tarjeta de invitación al primer cumpleaños de mi hija y una nuez ennegrecida
que mi abuelo me pidió que guardara y que hasta el día de hoy no le encuentro
el significado.
Accedí –como no lo hago hace mucho tiempo- a leer
esas cartas, y fue tan arcaico y a su vez como estar en casa, son de esas que
se escribían sobre papel y que estaban tatuadas en tinta, de esas que se
doblaban en cuatro partes para acomodarlas en un sobre blanco, sellado
herméticamente con pegamento, con un destino en el frente y una
invitación de respuesta en el dorso, mis diarios que hablaban de la vida en un
pasado pero con esperanzas de futuro, en un mundo que mi cuerpo no dolía y que mi
alma aún estaba intacta.
Me sumerjo lentamente y hago un viaje en el
tiempo, busco y revuelvo todo ese mundo que me parece tan ajeno pero que me
pertenece y al que necesito aferrarme para entenderlo, que el viaje no sea en
vano y que pueda regresar entera al presente.
Busco una señal, un paradigma, una carta sin
leer, algo que guardé hace mucho tiempo dirigido a mí pero que no soy capaz de
reformular en mi mente. Algo como «Lo
único que te pido es que no te escapes de la realidad; que no te refugies en un
mundo soñado; que no te acostumbres a lograr en sueños lo que rehúyes
conquistar en la vida real, con tu propio esfuerzo.»
Quizá nunca guardé nada, lo perdí, o
simplemente la envié en otro tiempo para que al cabo de unos años, apareciera en
mi caja en el momento espacio–tiempo adecuado.