Edgar Allan Poe.
Cuando era niña tenía una obsesión por las alturas, es decir, que tan lejos del suelo tendría que estar para alcanzar el cielo, tocar la luna, una estrella o acostarme en una nube?
No es una metáfora.
Lo recuerdo y sonrío por esa hermosa imaginación, esas ideas que me hablaban todo el tiempo. Una vez trepé un árbol tan alto que luego me llevó un rato largo poder bajar, yo solo quería llegar al cielo, o por lo menos ir descartando medidas. Sabía que atando todas las escaleras de mi abuelo no llegaba, sabía que del árbol más alto, tampoco.
Una tarde mi compañera del colegio me invitó a su casa que era en un complejo
de edificios, ella vivía en el más alto y yo no tuve mejor idea que escaparme a
su terraza para comprobarlo. No tuve
suerte.
Mi mamá guardó una de mis carpetas del jardín, al descubrirlas no entendía
que quería dibujar, tantos palos organizados, montañas rusas, enredaderas. ¡Qué
quilombos tenía en el mate con 4 años!
Todo se trataba de subir. Era eso, o sufrir de realidad.
Astronauta fracasada.