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QUISIERA SER UN PEZ…


No sé si les pasa lo mismo, pero la mayor parte de las horas que dura mi día me pregunto porque mierda sigo acá. No acá en el blog, sino acá en la tierra misma, respirando el mismo aire que el negro de mierda hincha de boca, pistero y peronista de acá a la vuelta.
Ok, lo admito, no hubo grandes cambios en mi vida en estos días, o no hubo cambios. Sigo trabajando en el mismo lugar, sin ascenso, ni descenso, ni aumentos, ni descuentos. Todo igual, todo igual. Y como si todo en mi vida se tratara de un chiste de mal gusto, acá te cuento otro: Se vienen los días lindos. Siiiiii, que alegría iupiiiiii (sarcasmo). Si, AHORA que soy un cerdo! y nada, calculo que los cuatro kilos que me desabrochan el botón se irán rápidamente antes de que no me quede otra que abandonar este saco de pana gris, para ponerme esas remeritas que tanto me gustan pero que por el momento se quedan donde están. En el viejo baúl de los recuerdos.
Recuerdan que les había comentado que antes de cumplir los 80 años tenía que hacer al menos una cosa interesante? Si, me lo imaginaba que mierda van a recordar si son un torbellino de delincuentes descerebrados que se la pasan fumando porro, colando pepas y asustando a los mimos de la plaza para sacarle las monedas.
Bue, resulta que empecé un nuevo proyecto temático de pintura y escultura, todo relacionado a mi Alice in wonderworld interior (que originalidad, no?) hay muchos colores y mucha de esa pelotudes que tanto le gusta a la popu que no entiende nada de nada. Puede ser interesante. Y si no, que se vayan todos a cagar. Improcedentes del orto!.
Ayer me pasó algo estremecedor, salí de la oficina y pasé por el local donde siempre compro el alimento de Señorconejo (que por cierto no come hace dos días). Entré y vi peceras, ¡¡¡peceras con peces!!!. Me sorprendió porque es una tienda tipo-re-pobre-boloh, la última vez que fui creo que habían cuatro peces repartidos en siete peceras. Un bajón. Entrás y automáticamente sentís pena por el lugar, te dan ganas de pedirle al flaco que atiende que se haga un favor e incendie el lugar, cobre el seguro y se dedique a la venta de dvd’s truchos o de lencería erótica. Debe garpar. Pero no le dije nada, me quedé unos veinte minutos mirando a los peces nuevos. Y quise peces.
Tengo una pecera chica en casa, así que sin preguntar el precio dije –señor, deme uno de esos-. Inmediatamente se me vino a la mente recuerdos de mi sombría infancia, de aquel pez llamado Señorpez que decidió quitarse la vida saltando desde una altura imponente para dejar de existir por siempre. Era un pez suicida. Lloré, lloré y lloré por un largo tiempo. La pecera permaneció en el mismo lugar. Vacía. Ausente.
Mi Sr. Padre me dijo que el destino de los peces son como el de las vaquitas, nacen, crecen, engordan y son llevadas al matadero donde son sometidas a distintos procesos de fraccionamiento para así llegar hasta la parrilla de cada familia en forma de asado de costilla o de riñón. Nunca lo superé.
Y bueno, así se pasaron cuarenta minutos hasta que el flaco me preguntó indignado si me sentía bien o si era media pelotuda. Decidí dejar las cosas como están. No me quise arriesgar.
Antes de retirarme me robé un par de folletos acerca de “cómo cuidar mejor a su mascota”. Hice dos cuadras. Pisé popo de perro pero por suerte llevaba varios folletos de contrabando.