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GIRASOLES DE VAN GOGH



No me sorprende que el tiempo me esté pasando tan rápido, no me sorprende porque ya fui sorprendida aquella vez que la encontré buscando carreras en la universidad, o cuando me vio llorando y me abrazó diciendo –esto también va a pasar, mamá, y vamos a estar bien- cuando nos miramos y entendemos al universo, o caminamos de la mano y su mano ya no es tan pequeña, cuando siento que ahora soy yo la que está siendo cuidada.
La luz, su luz, ilumina un futuro incierto con esperanza. Es ella o soy yo que me veo a través de los siglos de los siglos? Escondo mis lágrimas, la observo y aprendo.
Cierro los ojos y respiro para recordarme –una vez más- que todo esto es solo temporal.
No existe acto de amor más inmenso que soltar.
Pero… ¿cómo se hace?
¿Qué es más grande que todo esto?
Ver que elijas diseñar tu propio destino, sincronizándote con el universo, con absoluta confianza en lo que el cuerpo humano, limitado, no puede ver, pero el alma libre, siempre.
¿Quién nos salva? Se nos da la oportunidad, incluso, de elegir ser nosotros mismos.
Nos salva Dios y la sensación de las emociones donde la expresión se libera del miedo, transformándose para formar parte del todo, transformándose en esa energía que siempre regresa.
Mientras te observo hablando de tu futuro, yo envejezco y me enamoro, siento que no podría estar en un mejor lugar que al lado tuyo.
Quizás el premio sea el tesoro de saber apreciar, agradecer y amar cada versión existente de nosotros mismos, en infinitas direcciones, en cualquier realidad, como un espiral hipnotizante, como una obra de Van Gogh.