Pasaba por
la vidriera de Sisca, una librería de la zona camino al trabajo, mientras me
actualizaba con los nuevos títulos y autores no podía evitar que mi mirada
escapara hacia el stand de los clásicos.
Martín, es uno de los dueños, me conoce de venir siempre y casi nunca llevar nada, es de esas personas que no hablan y si lo hacen es por una necesidad, un pésimo vendedor.
-Viniste a
buscar el Walden?
-Qué? PERDÓNN
–si, con doble ene-
-Walden, el que
me encargaste hace dos meses? Porque, –me lo entrega en mano- ya lo tengo.
-Si, lo veo. –ya me había olvidado y no traje dinero, pensé- Gracias pero, lo retiro mañana –le respondí con incomodidad mientras ojeaba velozmente la sinopsis, antes de salir corriendo-:
«Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, afrontar únicamente los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender o no lo que tenía que enseñarme, no fuera que, cuando estuviera por morir, descubriera que no había vivido.»
-Pasame tu contacto
así “te aviso cuando llega lo que buscás”
-Ese, sería
un buen título para una historia –le dije, mientras buscaba mi tarjeta de
contacto-
-Acción o ciencia
ficción?
-Fantasía.
Bueno, hasta que se invente el género “Ridículo”
para un mundo tan desordenado
-Se ríe- Te hacía
más under, o sea, no te conozco pero, siempre llevás libros de autores así…
-Así como?
-Tristes.
Libros tristes para gente triste –se ríe-
-Bueno, hoy
tuve un día feliz.
-Asiente con la cabeza- Me alegro.
La tarde se
hizo de noche con tanta lluvia y yo alentaba mis pasos para no perder el
colectivo que parecía estar esperándome con sus luces parpadeantes que se difuminaban
entre las gotas y mis lentes empañados, subí rápidamente, sacudí mis cosas, me
senté y pensé –libros tristes… libros tristes ¿Qué le pasaba?, pobre hombre
¿por qué dijo eso?-, abrí mi maletín, allí guardaba un libro que me acompañaba
desde hacía semanas: estaba leyendo a Bradbury con prólogo de Borges, una
combinación exultante capaz de doblar a cualquier alma solitaria. A mí.
Las palabras de Ray hablando de mundos tan distantes y realidades entrelazadas, cada página se convierte en un lazo de conexión con otros tiempos y otras voces, recordándome que no estaba completamente sola, que en los silencios no solo se encuentra tristeza, también se trata de belleza y sabiduría, un puente hacía la introspección y el encuentro con uno mismo.
No era la
chica de los libros tristes, soy la chica de los libros maravillosos.