Casi cuarenta y aun discrepo del concepto de felicidad, pero ya no me incomoda. Sigo extrañando la soledad y
por alguna extraña razón siempre estoy buscando de manera inconsciente esa
anestesia barata. Las cosas que odié de mi infancia, ahora las extraño. Extraño
no saber que tenía que encontrarle un sentido a la vida, pues, ya lo sabía
todo.
Casi cuarenta y odio el poder que
tiene la rutina de engañarnos y hacernos creer que no necesitamos nada más, el
poder que tiene de reprimir y esconder nuestros verdaderos deseos.
Casi cuarenta y la imaginación termina siendo el
único lugar en donde siempre se vuelve/vuelvo, a donde me permito volar todo lo alto que quiero, donde permanece intacto el deseo de la verdadera libertad.
Casi cuarenta y por momentos juego a existir, y si, suena horrible desde todas las perspectivas, ese limbo en el cual no mueres ni vives. Pero nunca me rindo del todo, a veces regreso a la Tierra y no hay retorno hasta comprenderlo (casi) todo. Hasta que los pensamientos viajen nuevamente por la mente, porque adoro esa parte de mí en la que aun estando rota no me detengo y sigo disfrutando de ser parte de la naturaleza.
Casi cuarenta y estoy aprendiendo a reconstruirme completa hasta ser eterna, sé que faltan pedazos pero el espíritu sigue intacto, imaginando posibles mundos, bailando con la lluvia, saboreando aquel vino, sentir como exploto de amor cuando la veo crecer a Ella, escribir para mí, sentir a mi hombre conmigo, respirar el aire del océano, de las montañas o de alguna terraza, curarme, salvarme. Mantenerme activa. Mantenerme atenta.
(por
otras cuatro décadas)