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DELIRIO

 

“Y mientras que el ensueño pertenece a todo el mundo, el delirio sólo pertenece a los poetas”. 

Vicente Huidobro

A diferencia de la mayoría de los mortales, amo las agujas y esa sensación previa a la inyección en que tu cuerpo negocia con tu mente las costas del dolor.
Quizá por eso prefiero y me dejo inyectar mi adoradísima anatomía, a tomar medicamentos por mil años, pero bueno, lo segundo sigo lidiando y lo primero, no podía evitarlo. Después de tres días de fiebre arriba de los cuarenta, algo andaba mal por lo que, debía quedar internada un par de días que terminaron siendo dos pares. 
Él tuvo que volver y yo quedarme en una extraña habitación, con los brazos lastimados de tanto revolver mis venas que explotaban como el magma dentro de un volcán. 
Mientras el fuego crepita, apenas interrumpiendo el silencio que él había dejado yo no pude calmar el frío que me atormentaba. Me acurruqué en la camilla como una bebé que espera ser alimentada y juego a observar cada detalle de un dos por tres, a contar las estrellas que se dejaban ver a través de una diminuta ventana, al compás de la última canción que escuchamos. 
Duermo.
Juego a que me visitas y te metes dentro de mi manta a fundirnos piel con piel. Avanzas un paso, y mi pulso late más rápido. Siento como tu calor se expande acaparándome entera, inhalando todo ese frío que sentía, comiéndome con tus labios que apenas rozaban mi cuerpo mientras mis dedos bucean entre tu pelo. No me muevo. Quiero hacer perdurar este delirio, aun con los ojos abiertos. Pero una pausa se interpone en nuestro sexo y me confiesa en silencio que no ha venido a buscarme para saciar su sed. Sino su alma. 
«Hazme el amor» —le pido, con un hilo de voz—. Y escucho como su corazón palpita al compás del mío mientras posa su frente sobre mi frente, mientras su boca muerde mis labios en una caricia suave que pierde la timidez ante quien se sabe dueño.
«Llévame al cielo» —susurro—. Y mi cuerpo se curva ante las sacudidas rítmicas que tu pasión me provoca. Mientras me llenas. Mientras me abrazas. Mientras me muerdes y aseguras, al compás de tus gemidos, que me amas, que no me abandonarás. 
Despierto.
Observaba con tristeza la puerta por la que te marchaste y quise arrancarme las agujas y salir corriendo, alejarme de tanto dolor hasta que la razón me reprenda y acallarla porque necesitaba descansar y olvidar por un momento en donde estaba y quizás inventarme otro delirio, si la fiebre acompañaba.