“Paranoia es sólo un elevado sentido de conciencia.” John Lennon.
Cuatro y
veintiséis de la mañana, me despierta un suspiro atravesado, una breve congoja,
o algo externo que no logro recordar. Puteo y voy por agua, la mirada se
fija en un punto inexistente de algún horizonte imaginario tratando de
encontrar un recuerdo amable entre tanta agonía, entre mis pinturas inconclusas
que prometo terminar, entre pilas de libros que prometo retomar, y
así, en un segundo y medio con el vaso de agua en la mano -aún sin probar-, noto
mi existencia.
Olvidé el televisor
encendido y debí presionar cualquier botón con alguna parte de mi cuerpo ya que, el control apareció debajo y lo que estaba mirando, bueno, no podría haber sido
yo. Turn off.
Ahora –al
fin- el silencio era todo mío. O eso creía.
Escucho un
ruido extraño e inmediatamente me asomo a la ventana, y luego otra vez, ruido
de pasos de pared a techo, más pronunciado, como si eso que lo causaba
necesitara que lo escuche. Cerré la ventana y aseguré las trabas, tomé un palo
de golf y me recosté, no duermo en situaciones normales, ¿ustedes creen que lo
haría ahora?
Los ruidos
seguían por ratos más, por ratos menos, y yo acobijada no sabiendo que hacer,
pero la ansiedad es un trastorno que no siempre se puede controlar y a veces
desespera. Me armé de valor, tomé el palo lo más fuerte que pude -siempre odio
las películas de terror en donde sus protagonistas hacen este tipo de
estupideces- pero me dije –Ok, lo soy- y abrí la puerta muy despacio y con los
ojos abiertos cual tarsero filipino, salí de una vez a develar el misterio que
acechaba mi tranquilidad. Y entonces… ¡plop! tres gatos jugando, peleando o
bailando en mí techo. Me río de la situación y pienso -me vendría bien algo de efectos
de sonido, hubiera elegido risas de sitcom-. En fin al
verme ahí parada, los lindos gatitos huyeron saltando al tejado del vecino y
calculo -por la energía de sus movimientos- que, seguirían bailando toda la
madrugada, acechando la tranquilidad de vaya a saber quién.
En fin, la
noche estaba hermosa, así que, me senté en la entrada, me
prendí un cigarrillo y es ahí cuando dejo que el frío erice el vello de mis
brazos y endurezca mis mejillas, es ahí cuando el tiempo se detiene aunque los
relojes no dejen de marcar.
Eso es lo
bueno del frío, que nunca viene solo y te regala un cúmulo de sensaciones; a veces
duele, a veces calma, a veces baila.