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HELADO DE FRESA

 ¿Qué sentimiento es mejor que tener la mano de tu hijo en la tuya? Tan pequeña, tan suave y cálida, como un gatito acurrucado en el refugio de tu broche. (Marjorie Holmes)

Las primeras tardes largas, debo confesar que de todas las falsas ilusiones, ésta es mi favorita: tengo más horas con ella. 

El viento se siente calmado, lo suficiente para que el aire le dé en la carita haciendo volar su pelo, el Sol no se esconde aun y posa todo lo que le queda de luz sobre ella.

Y yo amo mirarla, la miro todo el tiempo, me gusta hacer clips mentales de canciones divertidas con ella en su universo, me inspira en colores, me calma, me ilumina, por Dios soy tan gris y ella tan perfecta.

Salimos tomadas de la mano, siempre lo hacemos, la tomo como si fuera que tiene tres años a pesar de que tiene diez y solo le llevo una cabeza de altura. Estamos acostumbradas, y si eso les horroriza a los fundamentalistas de la independencia emocional, entérense también que nunca dejamos el colecho.

Hacemos un stop en el semáforo, y vemos como decenas de autos corren desesperados hacia a algún lugar, apurados, enojados. Todos partícipes de una carrera infernal para volver de alguna manera a su lugar prestado en el mundo, al rato alquilado de relax, para recargar pilas y volver al otro día al verdadero lugar en el mundo: Trabajo.

Justo antes de llegar a destino, paramos a ver los árboles y juntar bolitas de pinos (semillas de ciprés), es que estoy obsesionada con los terrarios y nunca son suficientes. Después nos sentamos en la raíz de un árbol viejo, hablamos de todo como siempre, le llama la atención cosas que yo ya dejé de verlas hace mucho tiempo y todo eso me trae de vuelta, luego se instala el silencio y me dice –mamá, cuando yo sea grande voy a tener una casa con muchos pinos.

Llegamos a la heladería, y solo me alcanza para uno, pero ella no lo sabe y me dice –mamá yo sé que te gusta de chocolate y de limón y ahora te toca adivinar el mío. De fresa sin nada de pedacitos –le contesto-, y yo, para no romper el encantamiento, me pedí un vaso con agua.

El Sol no se ha ido del todo pero aún queda el mismo camino para la vuelta y yo pienso por dentro –un poco llorando, un poco gritando- que quisiera que todos los días sean hoy, quisiera no llegar nunca y sostenerte de la mano para siempre.