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MERIENDA


Escribo medio tambaleando porque si, porque ando con antojos de ciruelas, así que me bajé medio kilo y en un momento cualquiera hice un movimiento medio extraño pero lento -como suelen ser mis movimientos- y sin querer me tragué un carozo, así que por ahí en la próxima ecografía me salga una planta, o dos carozos en vez de uno, o no se usen la imaginación ustedes también!. Hoy me colgué mirando el monitor e involuntariamente me teletransporté mentalmente hacia el pasado. Es raro porque no soy de esas personas que viven en el pasado para vivir el presente, y toda esa pelotudez que Felipe Pigna quiere sembrar en la sociedad. Mi filosofía es “vive el presente como si fuera mañana” o algo así, pero nunca menciono el pasado. No, nunca. Ustedes lo vieron? yo no... o si?
Y ahí estaba yo, la protagonista de una película con efectos en sepia. Había una plaza, hacía mucho calor y no podía verme la cara pero vestía un overol semi corto y pelo largo así que tendría 9 años aproximadamente, usaba muchos anillos de plásticos y collares también de plástico –se ve que estaba de moda el plástico- yo corría para alcanzar a mi amiga que iba en una bicicleta sin saber que en la próxima esquina nos estaban esperando unos chicos cargados de bombitas de agua, baldes y botellas –donde recargaban sus bombas- inmediatamente me subo en la parte de atrás de la bicicleta y mientras mi amiga pedaleaba más fuerte que el viento de atrás se escuchaban los bombardeos de agua hasta que en un momento los perdimos y nos refugiamos debajo del ombú gigante, tan gigante que sus brazos se extendían por casi toda la plaza y nos quedamos dormidas. Luego juntamos piedritas y jugamos a la pallana –no se porqué pero siempre me ganaban-. Caminamos hasta el cementerio de autos viejos a jugar a las escondidas, pero descubrimos que en los techos hundidos se armaban pequeñas lagunitas y se criaban muchos renacuajos, así que los metíamos en una bolsa y después los arrojábamos al estanque abandonado. Algún día vas a ser un gran sapo y seguramente te veré en mi patio y mi hermano te aplastará. Reímos sin parar. Después de tanto sol y corridas la pileta de mi amiga era nuestro combustible y la competencia de quien aguanta más sin respirar bajo el agua –no se porqué pero era en lo único que siempre ganaba-. Nos fuimos mojadas hasta la casita abandonada íbamos siempre porque era divertido tener miedo así que entrábamos con palos –por las dudas- cuando llegamos al fondo nos trepamos al árbol de moras y robamos todas las que podíamos, eran las más ricas de todos los árboles que conocí. Eran calles de tierra así que era normal por la tardecita ver pasar a los camiones regadores y ese olor a tierra mojada cuando el sol ya casi se escondía, era fantástico. Antes de volver cada una a su casa, decidimos pasar primero por la mía a pedir permiso para merendar juntas. Y esa fue mi tarde perfecta. Creo que nuestros padres jamás se enteraron de ésta y otras miles de aventuras y yo lo enterré en mi memoria casi veinte años hasta hoy como también enterré a muchos lugares que amaba y que hoy ya no existen, donde no te espera nadie en una esquina para jugar al carnaval, donde ya no se usan bicicletas por la inseguridad, donde ya no existen camiones regadores sino camiones de carga, autos y colectivos, el olor a tierra mojada desapareció entre el cemento caliente y tanto plomo en el aire, la casita abandonada, aquel viejo ombú, nuestras tardes, nuestras meriendas y nuestras risas. Hoy que soy feliz me acordé que antes también lo fui.


Post dedicado a mi amiga de la infancia Noe V.